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Jean-Pierre Martin, arquitecto

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"..., rezongó Jed hacia las once, deambulando por el taller sin conseguir calentarse. Estaba trabajando en un retrato de su padre que titularía El arquitecto Jean-Pierre Martin abandonando la dirección de su empresa;...

...

En el retrato que había hecho de él, el padre de Jed, de pie sobre una tarima en medio del grupo de unos cincuenta empleados que trabajaban en su empresa, levantaba su copa con una sonrisa dolorosa. La copa de despedida se tomaba en el open space de su estudio de arquitecto, una sala grande de paredes blancas, de treinta metros por veinte, iluminada por un ventanal, donde los puestos de diseño informático alternaban con las mesas de caballete que sostenían las maquetas en tres dimensiones de los proyectos en marcha. El grueso de la concurrencia se componía de jóvenes con aspecto de nerds: los diseñadores 3D. De pie, junto a la tarima, tres arquitectos cuarentones rodeaban a su padre. Siguiendo una configuración copiada de una tela menor de Lorenzo Lotto, cada uno de los tres evitaba la mirada de los otros dos y trataba de captar la mirada del padre; se comprendía al instante que los tres albergaban la esperanza de sucederle al frente de la empresa. La mirada del padre, enfocada un poco por encima de los presentes, expresaba el deseo de reunir a su equipo a su alrededor por última vez y una confianza razonable en el futuro, pero sobre todo una tristeza absoluta. La tristeza de abandonar una empresa que había creado y la tristeza de lo inevitable: se trataba claramente de un hombre acabado."
(pg 12)


 "-Preparo una exposición personal en primavera -anunció, finalmente-. Bueno, se retrasa un poco. Franz, mi galerista, quisiera un escritor para el catálogo. Ha pensado en Houellebecq.
-¿Michel Houellebecq?
-¿Le conoces? -preguntó Jed, sorprendido. Nunca habría sospechado que su padre pudiera interesarse por alguna forma de producción cultural."
(pg 22)


"Ganaba mucho dinero: director general de una empresa de construcción, se había especializado en construir balnearios llave en mano; tenía clientes en Portugal, las Maldivas, Santo Domingo."
(pg 33)


"Su padre no tenía esta libertad de elección, tenía que producir configuraciones habitables de una forma absolutamente nada irónica, en las que la gente estaba destinada a vivir y debía tener la posibilidad de disfrutarlo, como mínimo durante sus vacaciones. Él era responsable en caso de deficiencias graves de la máquina habitable, si un ascensor se desplomaba, por ejemplo, o si se atascaban los inodoros. No era responsable si invadía la residencia una población brutal, violenta, no controlada por la policía y las autoridades establecidas; su responsabilidad quedaba atenuada en caso de seísmo."
(pg 34)

" -Estoy contento de que seas autónomo -respondió su padre-. En mi vida he conocido a varios individuos que querían ser artistas y a los que mantenían sus padres; ninguno consiguió triunfar. Es curioso, podría creerse que la necesidad de expresarse, de dejar huella en el mundo, es una fuerza poderosa; y, sin embargo, por lo general, no basta. Lo que mejor funciona, lo que empuja a la gente con la mayor violencia a superarse sigue siendo la pura y simple necesidad de dinero."
(pg 39)

"Yo tampoco estaba satisfecho con mi vida, te confieso que esperaba otra cosa de mi carrera de arquitecto, y no construir residencias balnearias de mierda para turistas débiles, bajo el control de promotores profundamente deshonestos y de una vulgaridad casi infinita; pero bueno, era el trabajo, las costumbres..."
(pg 187)

" -Siempre quise ser arquitecto, creo... -continuó el padre-. Cuando era pequeño me interesaban los animales, seguramente como a todos los niños, cuando me lo preguntaban decía que de mayor quería ser veterinario, pero en el fondo creo que ya me atraía la arquitectura. Recuerdo que a los diez años intenté construir un nido para las golondrinas que pasaban el verano en el cobertizo. Había encontrado en una enciclopedia indicaciones sobre la manera en que las golondrinas construyen sus nidos, con tierra y saliva, y dediqué semanas a la tarea...
La voz le temblaba ligeramente, se interrumpió de nuevo, Jed le miró con inquietud; antes de proseguir tomó de golpe un gran trago de coñac.
-Pero ellas nunca quisieron utilizar mi nido. Nunca. Hasta dejaron de anidar en el cobertizo... -El anciano rompió de pronto a llorar, las lágrimas le rodaban por la cara y era espantoso.
- Papá... -dijo Jed, completamente desamparado-, papá... -Al parecer, no podía parar de sollozar-. Las golondrinas no utilizan nunca los nidos construidos por la mano del hombre -dijo Jed, muy deprisa-, es imposible. Incluso cuando un hombre ha tocado su nido lo abandonan para construir uno nuevo."
(pg 190)

"Jed sólo había visto a su padre ocuparse de los problemas técnicos, y hacia el final, cada vez más a menudo, de problemas financieros; la idea de que también hubiera cursado Bellas Artes, de que la arquitectura perteneciese a las disciplinas artísticas, le resultaba sorprendente, incómoda.
-Sí, yo también quería ser artista... -dijo su padre con acritud, casi con maldad-. Pero no lo conseguí. Cuando yo era joven, la corriente dominante era el funcionalismo, la verdad es que dominaba desde hacía varios decenios, en arquitectura no había sucedido nada desde Le Corbusier y Van der Rohe. Todos los pueblos, todas las urbanizaciones que se construyeron en el extrarradio en los años cincuenta y sesenta han estados marcadas por su influencia. Yo y alguinos otros de Bellas Artes teníamos la aspiración de hacer algo distinto. No rechazábamos realmente la primacía de la función ni el concepto de la "máquina de vivir"; lo que cuestionábamos era lo que ocultaba el hecho de vivir en alguna parte. Como los marxistas, como los liberales, Le Corbusier era un productivista. Imaginaba para el hombre edificios de oficinas, cuadrados, utilitarios, sin ningún tipo de decoración, y edificios de viviendas casi idénticos, con algunas funciones adicionales: guardería, gimnasio, piscina; entre los dos, vías rápidas. En su unidad de vivienda, el hombre debía disfrutar de aire puro y luz, en su opinión esto era muy importante; y entre las estructuras de trabajo y las de vivienda, el espacio libre quedaba reservado para la naturaleza salvaje: bosques, ríos...; me imagino que, a su modo de ver, las familias humanas tenían que poder pasearse por ella los domingos, de todas maneras él quería preservar este espacio, era una especie de ecologista adelantado, para él la humanidad debía reducirse a módulos habitables circunscritos en medio de la naturaleza, pero de ningún modo debían modificarla. Es espantosamente primitivo, si lo pensamos, una regresión aterradora con respecto a cualquier paisaje rural: mezcla sutil, compleja, evolutiva, de prados, campos, bosques, pueblos. Es la visión de un espíritu brutal, autoritario. Le Corbusier nos parecía un espíritu totalitario y brutal, movido por un gusto intenso por la fealdad, pero fue su visión la que ha prevalecido a lo largo de todo el siglo XX."
(pg 191-2)

"Pero yo era joven, me preparaba para ser arquitecto y estaba en París; todo me parecía posible. Y no era el único, París era alegre entonces, tenía la sensación de que podías reconstruir el mundo. Fue allí donde conocí a tu madre, ella estudiaba en el conservatorio, tocaba el violín. Éramos realmente como un grupo de artistas. Bueno, lo único que hicimos fue escribir cuatro o cinco artículos en una revista de arquitectura, que firmamos entre varios. Eran textos políticos, en gran parte. En ellos defendíamos la idea de que una sociedad compleja, ramificada, con múltiples niveles de organización, como la que proponía Fourier, iba de la mano con una arquitectura compleja, ramificada, múltiple, que dejaba un lugar a la creatividad individual. Atacábamos violentamente a Van der Rohe, que proporcionaba estructuras vacías, modulables, las mismas que servían de modelo a los open space de las empresas, y sobre todo a Le Corbusier, que construía incansablemente espacios concentracionarios, divididos en unidades idénticas, solamente adecuadas, escribíamos, para una cárcel modelo. Aquellos artículos tuvieron cierta repercusión, creo que Deleuze habló sobre ellos; pero tuvimos que empezar a trabajar, los demás también, y la vida se volvió enseguida mucho menos divertida. Mi situación económica mejoró bastante rápido, había mucho trabajo en aquella época, Francia se reconstruía a gran velocidad."
(pg 194)

"Aquel anochecer era imposible negar cierta belleza al mundo. ¿Su padre era sensible a estas cosas? Nunca había manifestado el menor interés por la naturaleza; pero al envejecer, quizá, ¿quién sabe?"
(pg 303)

"Jed no estaba acostumbrado a las elevaciones, los planos, los cortes con que los arquitectos precisan las especificaciones de los edificios que están construyendo; por eso le causó una conmoción la primera representación de artista que abrió al final del primer cartapacio. No se parecía en nada a un edificio de viviendas, sino más bien a una especie de red de neuronas donde las células habitables estan separadas por largos corredores curvados, cubiertos o al aire libre, que se ramificaban en forma de estrella. Las células eran de dimensiones muy variables y de forma sobre todo circular u oval, lo cual le sorprendió; había imaginado que su padre sentía más apego por la línea recta. Otro punto sorprendente era la ausencia total de ventanas; los techos, por el contrario, eran transparentes. En consecuencia, los habitantes de la urbanización no tendrían ya ningún contacto con el mundo exterior, aparte del cielo.
El segundo cartapacio contenía vistas de detalle del interior de las viviendas. Lo que primero llamaba la atención era la ausencia total de muebles, lo que era posible gracias a una utilización sistemática de pequeñas diferencias de nivel en la altura del suelo. De este modo, las zonas destinadas a dormitorios eran excavaciones rectangulares, de cuarenta centímetros de profundidad: uno bajaba a la cama en vez de subirse a ella. Las bañeras eran igualmente grandes pilas redondas cuyo reborde estaba situado a ras de suelo. Jed se preguntó qué materiales tendría pensado utilizar su padre; llegó a la conclusión de que probablemente materiales plásticos, sin duda poliestirenos, que podrían amoldarse mediante un termoformado a casi cualquier esquema.
Hacia las nueve de la noche recalentó una lasaña en el microondas. La comió lentamente, acompañada de una botella de vino tinto de mesa. Se preguntaba si su padre habría creído realmente que sus proyectos encontrarían financiación, tendrían una posiblidad de realizarse. Al princiio sí, sin duda, y este simple pensamiento ya era desconsolador, de tan evidente que parecía a posteriori que no sería posible. En todo caso, no parecía haber llegado nunca al estado de maqueta.
Apuró la botella de vino antes de enfrascarse de nuevo en los proyectos de su padre, intuyendo que el ejercicio sería cada vez más deprimente. De hecho, a medida que sus proyectos iban fracasando, el arquitecto Jean-Pierre Martin sin duda había emprendido una huída hacia delante en el imaginario y había multiplicado los niveles, las ramificaciones, los desafíos a la gravedad, imaginando ciudadelas cristalinas e inverosímiles, sin preocuparse ya por la viabilidad o los presupuestos.
Hacia las siete de la mañana, Jed abordó el contenido del último cartapacio. Despuntaba el día, aún indeciso, sobre la Place des Alpes; el tiempo auguraba un cielo gris y nublado, probablemente hasta la noche. Los últimos dibujos realizados por su padre no recordaban en absoluto un edificio habitable, al menos para seres humanos. Escaleras en espiral ascendían vertiginosamente hasta los cielos y se juntaban con pasarelas tenues, translúcidas, que unían construcciones irregulares, lanceoladas, de una blancura deslumbrante, cuyas formas se asemejaban a las de algunos cirros. En el fondo, se dijo Jed tristemente al cerrar la carpeta, su padre nunca había cejado en su empeño de construir casas para las golondrinas."
(pgs 355-6-7)

Extractos de "El mapa y el territorio" / Michel Houellebecq, 2010

(1) Nidos de golodrina risquera (Petrochelidon pyrrhonota) en el Parque Nacional de Yellowstone, EEUU / Fotógrafo desconocido, 1972. (fuente)

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