Leonardo Benevolo, arquitecto e historiador de la arquitectura, falleció el pasado 5 de Enero de 2017 en Cellatica, Brescia. Algunos de sus textos críticos, como estos extractos reproducidos a continuación, publicados entre 1972 y 1984 y reunidos en "El arquitecto y la ciudad" (1984), que pretendían entender la situación de la arquitectura, su "mapa de los problemas", en aquellos años, releídos hoy ofrecen casi inmediatamente un análisis válido para la situación actual de la misma problemática.
Si bien alguna de las premisas de las que partía entonces L. B., como la confianza en "el moderno", en la validez de sus postulados pretendidamente científicos y en su capacidad para formular un modelo alternativo completo y realizable de gestión de la ciudad, ya no serían tan asumibles hoy, sí que sigue siendo preciso gran parte de su análisis del origen de los problemas fundamentales que limitan o condicionan determinantemente las posibilidades reales de la arquitectura como disciplina: el dominio apabullante de burocracia, propiedad y política sobre las decisiones técnicas y estratégicas que materializan el hábitat humano; la exclusión paradójica de los técnicos, desde el mismo origen del proceso, del espacio donde se toman las grandes decisiones sobre el territorio; la cooptación voluntaria a que accede una cierta parte del colectivo profesional, bajo la etiqueta de la artisticidad, que le permite sobrevivir opulenta e independientemente del acierto o adecuación de la producción arquitectónica; el problema social que constituye esencialmente la conservación del tejido urbano histórico-artístico, cada vez más condicionado a sus agentes explotadores (y finalmente destructores); la vigencia de la voluntad de la arquitectura de dar una respuesta creativa, inclusiva e integradora a todos los requerimientos del hábitat contemporáneo, etc.
Por encima, y entre líneas, de todos los temas que problematiza L. B., se percibe la creencia firme en la necesidad de una crítica arquitectónica lúcida, permanente y autónoma, capaz de abarcar simultáneamente tanto los ámbitos académicos como los profesionales, y que opere independientemente de poderes económicos que la pueden convertir (y de hecho hoy lo hacen, tanto a la crítica como a la misma arquitectura) en objeto de consumo al servicio de intereses mercantiles.
Una crítica y revisión constante de la producción reciente de la arquitectura, que no se contente con acompañar, divulgar y ensalzar sistemáticamente lo producido, que no pierda de vista que ésta siempre corresponde a un modelo concreto (y sustituible) de "desarrollo" y gestión del hábitat colectivo, muy capaz de imponer su ideología mediante la herramienta arquitectónica, sino que sea capaz de identificar los condicionantes socioeconómicos que, lejos de contribuir a su desarrollo, lastran inevitablemente la disciplina, para poder así plantear alternativas viables que respondan con mayor precisión a las necesidades reales de los habitantes y el medio ambiente, verdaderos destinatarios de la arquitectura.
Extractos de "El arquitecto y la ciudad" , Leonardo Benevolo, 1984
(Col. Paidós Estética nº 1, Ed. Paidós, 1985)
Introducción, L. B., 1984 (págs. 9, 10)
"Los ensayos recogidos en este volumen se refieren a las ideas generales encontradas en mi actividad de arquitecto y de historiador de la arquitectura: la "ciudad", la "ciudad antigua", la "ciudad moderna", la "arquitectura", la "arquitectura moderna", la "conservación" de la ciudad antigua. De vez en cuando es necesario intentar definir estas nociones, en la forma concisa que es propia de un texto breve.
"Los ensayos recogidos en este volumen se refieren a las ideas generales encontradas en mi actividad de arquitecto y de historiador de la arquitectura: la "ciudad", la "ciudad antigua", la "ciudad moderna", la "arquitectura", la "arquitectura moderna", la "conservación" de la ciudad antigua. De vez en cuando es necesario intentar definir estas nociones, en la forma concisa que es propia de un texto breve.
Puestas juntas y por orden de temas, forman un mapa de los problemas que tienen por delante todos los estudiosos de la arquitectura, ya sea que trabajen en el escritorio o en la mesa de dibujo. Este mapa tiene la forma de un triángulo: en un vértice está el arquitecto, con su esfuerzo de no renunciar a un estudio y a una proyectación unitaria del ambiente físico donde se desenvuelve la vida de todos los demás. De este punto parten muchas conexiones hacia una cantidad de problemas distribuidos sobre el horizonte de la cultura y de la vida de hoy. Es fácil objetar que estas conexiones son demasiadas, pero los defectos del ambiente en el que vivimos no consideran los problemas uno a uno, sino su superposición en el escenario físico. Debe intentarse algún tipo de coordinación, y el único método adecuado, aunque arriesgado e incierto, es fusionarlas en un razonamiento único. Hasta ahora no se ha encontrado una formalización homogénea para todos que permita transformar las comparaciones mentales en cálculos, y los instrumentos de la tecnología moderna todavía son insuficientes para esta tarea.
Un acercamiento tan anticuado —"universal" y no especializado— se mantiene insustituible por ahora y es la herencia preciosa de los maestros de la arquitectura moderna que han trabajado desde la primera posguerra hasta hoy. Nadie puede estar seguro de que este método funcionará frente a los problemas cada vez mayores y más rápidamente cambiantes del presente y del futuro. Pero no tenemos otro, y los críticos que declaran terminado el ciclo de la arquitectura moderna sólo nos proponen, hasta ahora, el retorno a los límites tradicionales de "arte de construir", dejando las preocupaciones sobre el desarrollo de la ciudad y el territorio a cargo de otros especialistas. De esta manera, mientras los arquitectos van a la zaga de los artistas para intentar la misma posición privilegiada en el gran mercado de los medios de comunicación, el campo de la programación física está invadido por las sociedades de asesoramiento, que esconden los problemas bajo una multiplicación de análisis numéricos no pertinentes.
Estos escritos pertenecen a una tradición diferente, que tiene sesenta años de historia y que no acepta la distinción de los roles habituales. Son ejercicios de crítica y de propuesta técnicamente fundados que disgustan tanto a los estudiosos como a los trabajadores de los sectores tradicionales, pero que pretenden indicar una nueva distribución de tareas, más conectada a las necesidades de la gente que habita en la ciudad, que precisamente está descontenta de los análisis técnicos y artísticos separados."
La ciudad en la historia, L. B., 1972 (págs. 33, 34)
"En consecuencia, la relación entre ciudad y sociedad está hoy casi invertida con relación al Medievo. La ciudad en la cual vivimos no es la proyección adecuada de la sociedad en su conjunto, sino un mecanismo más rígido que sirve para demorar y aplacar las transformaciones en todos los otros campos, para hacer durar más la jerarquía de los intereses consolidados. Los inconvenientes técnicos que todos conocemos —la congestión del tráfico, la densidad de los edificios, la escasez de los servicios, la ruina del ambiente natural—, no son consecuencias inevitables de la vida moderna, sino el precio que se paga para mantener una combinación de poderes que ya contrasta con las posibilidades que nos ofrece el desarrollo económico y tecnológico.
[...]
...porque la ciudad contemporánea no es la ciudad moderna sino una ciudad ideada hace más de cien años e impuesta a la sociedad moderna como vínculo político, mientras que la ciudad moderna, es decir, la ciudad que la investigación moderna ha podido por fin elaborar, permanece como una alternativa teórica o una serie discontinua de realizaciones parciales.
[...]
La "recherche patiente" de los arquitectos modernos ha demostrado, en cincuenta años, que la ciudad en la que vivimos no es inevitable y ha establecido sus posibles alternativas, Pero corre el riesgo de inmovilizarse en esta contradicción, de ver envejecer estas alternativas sin haber tenido tiempo de experimentarlas y corregirlas, si no se hace una investigación igualmente cuidadosa sobre los mecanismos que impiden la realización de las nuevas propuestas. Estos mecanismos se han escalonado en cien años de historia reciente y sólo se pueden aislar por medio de la investigación histórica."
La ciudad en la historia, L. B., 1972 (págs. 33, 34)
"En consecuencia, la relación entre ciudad y sociedad está hoy casi invertida con relación al Medievo. La ciudad en la cual vivimos no es la proyección adecuada de la sociedad en su conjunto, sino un mecanismo más rígido que sirve para demorar y aplacar las transformaciones en todos los otros campos, para hacer durar más la jerarquía de los intereses consolidados. Los inconvenientes técnicos que todos conocemos —la congestión del tráfico, la densidad de los edificios, la escasez de los servicios, la ruina del ambiente natural—, no son consecuencias inevitables de la vida moderna, sino el precio que se paga para mantener una combinación de poderes que ya contrasta con las posibilidades que nos ofrece el desarrollo económico y tecnológico.
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...porque la ciudad contemporánea no es la ciudad moderna sino una ciudad ideada hace más de cien años e impuesta a la sociedad moderna como vínculo político, mientras que la ciudad moderna, es decir, la ciudad que la investigación moderna ha podido por fin elaborar, permanece como una alternativa teórica o una serie discontinua de realizaciones parciales.
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La "recherche patiente" de los arquitectos modernos ha demostrado, en cincuenta años, que la ciudad en la que vivimos no es inevitable y ha establecido sus posibles alternativas, Pero corre el riesgo de inmovilizarse en esta contradicción, de ver envejecer estas alternativas sin haber tenido tiempo de experimentarlas y corregirlas, si no se hace una investigación igualmente cuidadosa sobre los mecanismos que impiden la realización de las nuevas propuestas. Estos mecanismos se han escalonado en cien años de historia reciente y sólo se pueden aislar por medio de la investigación histórica."
¿La ciudad moderna puede ser bella?, L. B., 1981 (pág. 82)
"La belleza es un argumento crucial que, a la larga, puede revelarse decisivo. En el sistema tradicional es presentada como una exigencia especializada, que se revela secundaria en la práctica: una cosa colocada en el tiempo libre, en la esfera del entretenimiento, respetada de palabra y pisoteada en los hechos.
Debe volver a colocarse en la esfera de la vida cotidiana, como una medida intuitiva y global de la calidad del ambiente en el que vivimos. Si la civilización abundante, aumentando el valor y la variedad de los bienes, daña la belleza del ambiente, demuestra que es viciado y contraproductivo todo el desarrollo actual. No se remedia criticando este desarrollo desde el exterior y operando en un espacio protegido, independiente de los factores económicos y tecnológicos; esto es lo que se les ofrece a los artistas de las fuerzas dominantes, con una insistencia que presiona tanto (la notoriedad, las compensaciones hiperbólicas) que revela el cálculo subyacente."
La conservación de la ciudad antigua, L. B., 1975 (pág. 89)
"En esta perspectiva, el problema de la conservación del centro histórico es, principalmente, un problema social, porque el objeto a proteger es una calidad de vida, no una forma de contemplar. Esta calidad se puede definir de un modo científico, usando los métodos de investigación social, y ya no depende de los sutiles razonamientos sobre el valor histórico y artístico, que por su margen de inseguridad son siempre perdedores frente a los razonamientos económicos. Los técnicos y los estudiosos tienen el deber de formularla con claridad, y los ciudadanos pueden transformarla en un objetivo político, aceptándola y definiéndola como una alternativa de vida."
¿Qué es la arquitectura?, L. B., 1972-1980 (págs. 109, 110)
"Incluso los arquitectos, en las relaciones cada vez más difíciles con sus clientes, encuentran cada vez más conveniente presentarse como artistas, para gozar del respeto que todos parecen conservar respecto del mundo del arte.
[...]
Los arquitectos, a su vez, pueden llegar a ser importantes y respetados como artistas, pero con la condición de que se sientan excluidos de las decisiones realmente importantes. El respeto por el arte es válido siempre que no se atraviesen los confines sectoriales tradicionalmente establecidos entre el arte y la técnica, entre el arte y la política, entre el arte y los negocios.
[...]
La tan declarada autonomía [del arte] se traduce, concretamente, en una subordinación inevitable (...), que por cierto no sirve para aumentar la confianza del público hacia el mundo del arte, sino para imponer los valores tradicionalmente seleccionados como una mercadería cualquiera, apuntando al sometimiento que deriva de las valoraciones consagradas: se ofrecen al público "los maestros de la pintura y la escultura" y "los grandes músicos" y "las obras maestras del siglo", y demás. [...] Se quiere poner al lector en la condición del público sedentario que se siente deportivo porque el domingo aplaude a los inalcanzables divos del fútbol desde las gradas de los estadios, y no de quien practica un deporte y se prepara procurando competir con el mejor."
¿En qué punto está la arquitectura moderna?, L. B., 1979-1981 (págs. 117, 123, 130, 131)
"Los dos operadores que corresponden, los técnicos y los artistas, están excluidos de una verdadera responsabilidad en la construcción del entorno y se reservan un campo de opciones especiales, circunscrito con cuidado. Los técnicos definen la estructura de una obra que ya está constreñida, en sus caracteres esenciales, por el compromiso inmobiliario entre burocracia y propiedad. Los artistas deciden sobre las variantes de la forma final, siempre que sean compatibles con el planteamiento distributivo y la estructura de sostén;...
[...]
A su vez la permanencia de los intereses privados en la valorización de las áreas, y la asociación de la industria de la construcción con la especulación inmobiliaria, impiden seleccionar en gran escala los productos arquitectónicos, ni siquiera en términos de conveniencia económica. En efecto, la tasa de ganancia especulativa en las transacciones inmobiliarias es tanto más alta que la tasa de beneficio empresarial en la construcción, que hace que esta última se vuelva irrelevante. La construcción es, sobre todo, un expediente para monetizar el valor potencial de un terreno, y poco importa si se planifica y realiza bien o mal. El comitente busca otro resultado y el usuario sólo debe ser inducido a ocupar, en cualquier forma, el edificio terminado. El arquitecto no es extraño a estas combinaciones, porque aceptando un campo de trabajo tan limitado, recibe, en cambio, una "libertad" de creación formal no controlada por nadie, cuya incidencia sobre los costos está cómodamente contenida en el margen de beneficio inmobiliario. El debate arquitectónico se convierte en un cotejo sobre las formas de ocupar este margen."
[...]
El móvil común a la mayor parte de las experiencias etiquetadas en contraposición al "moderno" es el deseo de una cooptación en el mercado tranquilo y opulento del "arte" contemporáneo.
[...]
Algunos arquitectos no están seguros de vender sus diseños como instrucciones para construir o como "obras de arte" para colgar en la pared. Para los otros, el éxito consiste en la difusión de los diseños y de las fotografías de las obras en las revistas, y tiene como meta un libro o un librito monográfico. La cadena se simplifica si los colegas se intercambian las partes para escribirse recíprocamente las monografías.
[...]
Los arquitectos empeñados en la "recherche patiente" de los últimos sesenta años, que continúan trabajando en todas las partes del mundo, no tienen necesidad de entrar en polémicas con estos personajes, y pueden convivir muy bien con ellos ya que tienen un trabajo distinto. Unos tratan de mejorar el cuadro físico en el cual vive la gente; los otros esperan entrar, por la puerta de servicio, en el mundo autónomo de la comunicación visual.
[...]
La organización cultural que excluye la belleza de la vida cotidiana es la misma que la cultiva en un campo separado, haciendo una experiencia especializada y excepcional."
Los agentes de la conservación, L. B., 1980 (pág 168)
"Todas estas operaciones, singulares y extraordinarias, encuentran su unidad en una actividad general y continua para la que se adapta la palabra "manutención": el cuidado diario que hace el hombre de su ambiente de vida. Si no se asegura esta intervención permanente —que presupone una coherencia entre el marco físico y el cuerpo social—, las intervenciones momentáneas sobre cada producto no alcanzan para proteger el ambiente antiguo y sus valores. Venecia es la mejor demostración de esta necesidad, y la dificultad de salvar Venecia, aun teniendo a disposición todo el dinero y los medios técnicos necesarios, está en nuestra incapacidad de restablecer el equilibrio total de las infinitas acciones que modifican Venecia cada día."
"En esta perspectiva, el problema de la conservación del centro histórico es, principalmente, un problema social, porque el objeto a proteger es una calidad de vida, no una forma de contemplar. Esta calidad se puede definir de un modo científico, usando los métodos de investigación social, y ya no depende de los sutiles razonamientos sobre el valor histórico y artístico, que por su margen de inseguridad son siempre perdedores frente a los razonamientos económicos. Los técnicos y los estudiosos tienen el deber de formularla con claridad, y los ciudadanos pueden transformarla en un objetivo político, aceptándola y definiéndola como una alternativa de vida."
¿Qué es la arquitectura?, L. B., 1972-1980 (págs. 109, 110)
"Incluso los arquitectos, en las relaciones cada vez más difíciles con sus clientes, encuentran cada vez más conveniente presentarse como artistas, para gozar del respeto que todos parecen conservar respecto del mundo del arte.
[...]
Los arquitectos, a su vez, pueden llegar a ser importantes y respetados como artistas, pero con la condición de que se sientan excluidos de las decisiones realmente importantes. El respeto por el arte es válido siempre que no se atraviesen los confines sectoriales tradicionalmente establecidos entre el arte y la técnica, entre el arte y la política, entre el arte y los negocios.
[...]
La tan declarada autonomía [del arte] se traduce, concretamente, en una subordinación inevitable (...), que por cierto no sirve para aumentar la confianza del público hacia el mundo del arte, sino para imponer los valores tradicionalmente seleccionados como una mercadería cualquiera, apuntando al sometimiento que deriva de las valoraciones consagradas: se ofrecen al público "los maestros de la pintura y la escultura" y "los grandes músicos" y "las obras maestras del siglo", y demás. [...] Se quiere poner al lector en la condición del público sedentario que se siente deportivo porque el domingo aplaude a los inalcanzables divos del fútbol desde las gradas de los estadios, y no de quien practica un deporte y se prepara procurando competir con el mejor."
¿En qué punto está la arquitectura moderna?, L. B., 1979-1981 (págs. 117, 123, 130, 131)
"Los dos operadores que corresponden, los técnicos y los artistas, están excluidos de una verdadera responsabilidad en la construcción del entorno y se reservan un campo de opciones especiales, circunscrito con cuidado. Los técnicos definen la estructura de una obra que ya está constreñida, en sus caracteres esenciales, por el compromiso inmobiliario entre burocracia y propiedad. Los artistas deciden sobre las variantes de la forma final, siempre que sean compatibles con el planteamiento distributivo y la estructura de sostén;...
[...]
A su vez la permanencia de los intereses privados en la valorización de las áreas, y la asociación de la industria de la construcción con la especulación inmobiliaria, impiden seleccionar en gran escala los productos arquitectónicos, ni siquiera en términos de conveniencia económica. En efecto, la tasa de ganancia especulativa en las transacciones inmobiliarias es tanto más alta que la tasa de beneficio empresarial en la construcción, que hace que esta última se vuelva irrelevante. La construcción es, sobre todo, un expediente para monetizar el valor potencial de un terreno, y poco importa si se planifica y realiza bien o mal. El comitente busca otro resultado y el usuario sólo debe ser inducido a ocupar, en cualquier forma, el edificio terminado. El arquitecto no es extraño a estas combinaciones, porque aceptando un campo de trabajo tan limitado, recibe, en cambio, una "libertad" de creación formal no controlada por nadie, cuya incidencia sobre los costos está cómodamente contenida en el margen de beneficio inmobiliario. El debate arquitectónico se convierte en un cotejo sobre las formas de ocupar este margen."
[...]
El móvil común a la mayor parte de las experiencias etiquetadas en contraposición al "moderno" es el deseo de una cooptación en el mercado tranquilo y opulento del "arte" contemporáneo.
[...]
Algunos arquitectos no están seguros de vender sus diseños como instrucciones para construir o como "obras de arte" para colgar en la pared. Para los otros, el éxito consiste en la difusión de los diseños y de las fotografías de las obras en las revistas, y tiene como meta un libro o un librito monográfico. La cadena se simplifica si los colegas se intercambian las partes para escribirse recíprocamente las monografías.
[...]
Los arquitectos empeñados en la "recherche patiente" de los últimos sesenta años, que continúan trabajando en todas las partes del mundo, no tienen necesidad de entrar en polémicas con estos personajes, y pueden convivir muy bien con ellos ya que tienen un trabajo distinto. Unos tratan de mejorar el cuadro físico en el cual vive la gente; los otros esperan entrar, por la puerta de servicio, en el mundo autónomo de la comunicación visual.
[...]
La organización cultural que excluye la belleza de la vida cotidiana es la misma que la cultiva en un campo separado, haciendo una experiencia especializada y excepcional."
Los agentes de la conservación, L. B., 1980 (pág 168)
"Todas estas operaciones, singulares y extraordinarias, encuentran su unidad en una actividad general y continua para la que se adapta la palabra "manutención": el cuidado diario que hace el hombre de su ambiente de vida. Si no se asegura esta intervención permanente —que presupone una coherencia entre el marco físico y el cuerpo social—, las intervenciones momentáneas sobre cada producto no alcanzan para proteger el ambiente antiguo y sus valores. Venecia es la mejor demostración de esta necesidad, y la dificultad de salvar Venecia, aun teniendo a disposición todo el dinero y los medios técnicos necesarios, está en nuestra incapacidad de restablecer el equilibrio total de las infinitas acciones que modifican Venecia cada día."
(1) Imágen de la portada del libro, detalle / autor diseño cubierta Mario Eskenazi / "El arquitecto y la ciudad" , Leonardo Benevolo, 1984 (Col. Paidós Estética nº 1, Ed. Paidós, 1985)